ROQUE ORTEGA MURILLO
“TENGO LOS AÑOS QUE NECESITO
PARA VIVIR LIBRE Y SIN MIEDO
PARA SEGUIR SIN TEMOR POR EL SENDERO”
JOSÉ SARMAGO
Hoy salí a realizar una consulta a la señora María Clara
López de 75 años de edad, profesora pensionada del magisterio, aún sigue
enseñado en Ciudad Bolívar, de manera gratuita con la misma devoción amorosa de
hace cincuenta años. El estado de su salud es formidable, esbelta, mentalmente
con una lucidez brillante. La estoy atendiendo desde hacen cinco años,
realmente por prevención debido a la preocupación que carga por sus hijos, que
viven fuera de Bogotá, la más cercana reside en Villavicencio y no la ha podido
visitarla por culpa del COVID-19. Convive con una nieta, pero a la joven
estudiante de medicina se la cogió la cuarentena en Manizales, motivo por el
cual el aislamiento la está pasando sola. Como los ancianos no pueden salir, me
pidió que la atendiera en su casa.
Al llegar al conjunto residencial donde vive la señora María
Clara, tuve el primer tropiezo de la mañana con el vigilante en turno, un
hombre alto y fornido quien llevaba puesto un tapaboca N-95, de uso exclusivo de los
médicos en los centros hospitalarios, una mascarilla y una ropa especial como
de astronautas. Le saludé gentilmente y le dije que iba para donde la señora María López, torre 2, apartamento
710. Me contestó con una voz de mando de militar.
-Aquí se tiene prohibido las visitas.
Ni siquiera preguntó quién era y empezó a rosearse con tarro de desinfectante.
- ¡Soy terapeuta de Acupuntura ¡Vengo atender la señora
María!
- ¿Acaso ella no sabe que la administración no permite visitas?
¡Madre mía ¡Murmuré mentalmente! Caramba, caraba que vaina. Pues,
así las cosas, marque al celular de la señora María para explicarle el impase.
Ella inmediatamente se comunicó con el portero y este se mantuvo en su decisión
de no dejarme entrar. Me imagino que ella e insistiría de una manera que solo
los ancianos lo suelen hacer, pero él con su uniforme mental, refunfuñaba
mientras conversaba. No fue posible la entrada.
Esperé un rato mientras ella se comunicaba con la
administración. Finalmente, después de un largo rato pude entrar, pero antes tuve
que llenar una planilla con mis datos. Sólo le faltó apuntarme con un
termómetro digital, que más que eso parece una pistola láser de las del “viaje
de las estrellas” de los años 70s o pedirme la prueba del COVID-19, los
requisitos impuesto en ese conjunto son extremos. Allí, por lo visto, nadie
tiene derecho a enfermar. Estoy seguro que si hubiese ido vestido como enfermero
o médico me apedrean. Hubiera ocurrido un riesgo mayor, a nombre del
apostolado, por la salud de los demás. El mundo está al revés.
La señora María me contó que discutió fuertemente con la
administración porque no permitía el ingreso, ni siquiera de sus
familiares, así que tuvo que amenazar con llamar un abogado por la manera
arbitraria que este conjunto residencial ha tomado esas medidas.
-Vamos a olvidar esta situación señora María, qué le vamos
hacer. La gente está aterrorizada, las autoridades no han sabido manejar al
COVID-19, todo el mundo anda con miedo. Imagínese que la novia de un amigo no
quiere verse con él, debido que usualmente lo entiendo. Ella supone como no he
dejado de asistir pacientes durante la cuarentena, ¡Tengo un alto grado de
posibilidades de contagiarme!! Válgame Dios ¡
- Así es la cosa contesta sorprendida la señora María. Hasta
donde vamos a llegar doctor – la verdad que yo no entró ese juego, creo que
están exagerando las precauciones. Y como
siempre sucede, el remedio va a hacer peor que la enfermedad. Menos mal que llevo años que no veo noticias,
mejor me leo un buen libro. Ahora me estoy leyendo a Rayuela. ¡Que sabiduría
natural ¡
- A qué bueno. ¡Julio Cortázar Exclamé ¡Me la leí hace mucho
tiempo, recuerdo que el protagonista es Horacio, una novela controvertida!
-Sí, señor: Horacio Oliveira. A mí me encanta la literatura,
aunque mi preferido es Borge, aunque me fascina la exageración de Gabriel García Márquez. En realidad, me
disfruto a todos del boom latinoamericano.
-Y de las nuevas generaciones me agrada William Ospina, no
dejó de leerle sus columnas en el Espectador.
-Sí, es un buen escritor de él, me he leído la Franja
Amarilla y el País de la Canela.
- ¿Señora María y usted escribe?
- Claro que sí. Escribo poesía y algunos relatos, ahora estoy
escribiendo mis memorias de educadora.
- ¡Guao ¡Debe tener usted un cúmulo de conocimiento que
compartir! A mí también me gusta escribir cositas. La conversa fue tan nutrida,
me hizo un recorrido con detalles de los mejores escritores y poetas del siglo
XX y XXI. Por un momento pensé que era yo quien debía estar agradecido por el
refrigerio cultural recibido de mi querida paciente. Duramos charlando más de
dos horas, previo a la terapia, en realidad intuí que ella, lo que quería era
hablar. La soledad también enferma. La sección de Acupuntura la pidió sólo como
pretexto, necesitaba desahogarse. Sin duda, conversar fue una maravillosa
terapia para ella: “vivo este encierro con desespero y angustia, me hace falta
el aula de clase”. Nunca habíamos platicado tanto de literatura, siempre
hablamos de la educación y sobre todo lo difícil que es educar en estos
tiempos.
De regreso a casa no dejé de pensar en la paranoia que se
está viviendo muchas personas por culpa de las medidas y el pánico infundido
por el CORONAVIRUS, además, del estrago emocional y espiritual que está
provocando el estar enjaulado; por lo menos la señora María está escribiendo, y
leyendo; sin duda, es un ejercicio sanador, una herramienta útil para activar
la capacidad creadora, también puede servir para hacer catarsis. Escribir es un acto liberador anímico.
Medio mucha alegría
saber que hay personas como la señora María, que a pesar de tener juventudes
acumuladas está produciendo intelectualmente, ella esta jubilada del
magisterio, pero de la vida no, y hasta que empezara la cuarentena estaba
enseñándole a niños de escasos recursos en Ciudad Bolívar. El asunto de la
señora María es de esos tantos casos, como el de a señor de 101 años en
Italia, quien sobrevivió a la gripa española y a la segunda guerra mundial,
superó sin complicaciones el COVID-19, y la mujer más longeva de España venció al coronavirus con 113 años; curiosamente se llama María Branyas, tocaya de la profe María Clara. No es cierto que este virus solo ataca a
los adultos mayores, también golpea a los jóvenes, curiosamente en Colombia el
mayor número de contagiados están entre las edades de 20 años y cuarenta años.
Así que cuando se
ejerce la creatividad es imposible enfermar, recuerden que no estamos diseñados
para vivir esos estados adaptativos de salud, somos un diseño perfecto, solo este
estilo de vida considera al anciano como un trapo viejo inservible, un desecho
en un estorbo, dicen los economistas malvados, al servicio del neo liberalismo, como ellos, no producen sale muy costoso mantenerlos. Al no generar renta hay
que eliminarlos.
La vejez no es sinónimo de enfermedad, es una etapa de la vida
en la que desgraciadamente se subvalora por parte de esta cultura, distintos lo
que sucedía en esas sociedades ancestrales como las orientales y más cercano a
nuestros tiempos, los antepasados indígenas, el anciano representaba para la
comunidad la memoria y la biblioteca de la sabiduría. El consejo de ancianos era
la entidad más respetable.
María, es un ejemplo claro de sentirse una joven mayor, ella
no entra en la categoría de la tercera edad, esa definición es peyorativa,
racista y excluyente. Al creerse esos postulados mal intencionados provoca el
martirio el sufrimiento y la enfermedad. La vejez es una etapa de la vida en
donde se debe aprovechar el aluvión de experiencia y sapiencia, para ponerla al
servicio de la sociedad. Pero, claro sí llega a la ancianidad considerándote en
un desecho y creyéndote ese san
bendito que nos han vendido, pues tu salud anímica y emocional se va afectar y
el sistema inmune y sí de paso te abandonan en unas pocilgas de ancianatos, tal
como sucedió en Italia y España, por las evidencias que se conocen Europa no
quieren a sus adultos mayores, antes, por el contrario, promocionan la práctica
de la eutanasia para aquellos que no le producen a el sistema.
En España es frecuente, en las vacaciones, abandonar a los
ancianos en asilos o estaciones de gasolina o en cualquier otra parte, ante ese
drama algo tiene que darte, mínimo un alzhéimer. Por esa situación de abandono
afectivo y las condiciones miserables en el que vivían murieron muchos viejos
durante la pandemia del COVID-19, sobretodo en el país ibérico e Italia, como
el sistema de salud colapso, solo atendían a los jóvenes, y a los ancianos los
mandaron al matadero del olvido, el hecho de tener esa condición de edad, se
constituyó en un pasaporte para la muerte.
A los ancianos, le han culpabilizado de ser un peligro para
la comunidad, primero porque son vulnerable al contagio y segundo ser vehículo
de propagación, sin duda, esa estigmatización tiene que afectar la salud mental
de esa población, además le sumas el
abandono y la falta de afecto y amor, abonas el terreno para entrar en
depresiones, de esta manera le están reprogramado para un proceso eutanásico.
Ahora los diferentes Estados los
confinan, dizque para proteger a los ancianos, hipócritas, una sociedad
civilizada debería invertir primero en salud, aprovechar el conocimiento y
experiencia de muchos de esos seres para el servicio de la comunidad, no
propiciar esos paternalismos que, en vez de hacerle bien a los adultos mayores,
los inutilizan. La excepción de tratar
a sus ancianos de una manera digna como los países nórdicos, especialmente
Suecia, los asilos poseen unas comodidades de hoteles de cinco estrellas, aquí
como en el resto del mundo esos centros parecen un chiquero, en esas
condiciones de abandono vivir es una pena.
Facundo Cabral dijo
alguna vez, que, sí tienes un cerebro, un corazón y un espíritu no te sientas
sólo y abandonado, Moisés dirigió el éxodo de su pueblo a los 80 años. El poeta leonés, Victoriano Cremer, publicó
su última columna periodística el día antes de fallecer con 102 años. Una muestra
de todo lo anterior es don Chelo de Castro C, en Barranquilla, quien ha pasado
sus 90 años, está firme en su creatividad y su vocación periodística,
rigurosamente escribiendo su columna para el periódico el Heraldo. No olvidar
que el ejercicio intelectual es una clave para el envejecimiento sano y activo.
Estoy pensando en el futuro unirme a al club de los ancianos inmortales que
propone José Luis Padilla, maestro en Medicina Tradicional China, médico
Psiquiátrico y Geriatría. Me preparé para vivir dignamente, aunque el sistema
me invite a morir a su acomodo.
-
1 comentario:
Excelente cronica Roque..¡¡Felicitaciones . Abrazos
Publicar un comentario